“Dejar de estar solos en el mundo”
Por Agustina Aragón: Socióloga y docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la U.N.L.P
Antiguamente se vinculaba el concepto de “tribu” con las originarias comunidades en las cuales la diferenciación entre sus miembros era mínima. La noción hacía referencia a un grupo homogéneo donde la identificación del yo con el resto era tan fuerte que se podría decir que no permitía la individualidad. La conciencia individual coincidía con la colectiva, es decir, en este tipo de socialización no existía lo que conocemos ahora como vida privada y vida pública. La cultura compartida penetraba hasta los ámbitos más íntimos.
Actualmente hemos notado el resurgimiento y el uso del término en un sentido distinto pero no totalmente extraño. Comenzamos a vincular “tribu” con el ámbito urbano, juvenil y moderno. Considero, desde el punto de vista sociológico, que corresponde con el proceso de socialización que todos los humanos enfrentamos como parte del crecimiento individual. Es una forma de los jóvenes en adolescencia de encontrar grupos de referencia, es decir, compartir ritos, palabras, comportamientos, actos y a la vez manifestar sus sensaciones de insatisfacción con el mundo adulto y rebelarse contra lo convencional. Elaboran su propia contracultura y encuentran una ruptura al aislamiento simultáneamente.
El participar en alguna tribu genera en el adolescente la sensación de contención, identidad y solidaridad: “dejar de estar solos en el mundo”. Por otro lado la homogeneidad en sus vestimentas, lugares, pensamientos, lenguajes y actitudes es parte del fortalecimiento de los lazos de pertenencia frente al debilitamiento del tejido social.
Como los antiguos clanes tratan de asemejarse lo más posible los unos a los otros y esperan que su vida privada y su vida pública dejen de ser distantes, pero ahora, a través de la exposición que les permite la red de Internet. Buscan elaborar una conciencia en común que les permita superar el retraimiento que genera la vida urbana moderna.
Los Otros cercanos
Por Gabriel Orlando Morales, Licenciado y docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la U.N.L.P
Director Ejecutivo de www.otrosenred.com.ar
En las plazas, foros de Internet, recitales, se hacen públicos los Otros cercanos: los jóvenes que adscriben a grupos minúsculos que fragmentan el universo de los adolescentes y la juventud (floggers, góticos, etc.). También puede registrárselos representados -casi siempre como “problema social”- en los medios de comunicación.
No son foráneos, pero es común que el entorno mayor los perciba distantes: con lenguaje, prácticas, valores y estilo exótico. La extrañeza los convierte casi automáticamente en “peligrosos”. Las diferencias se constituyen por y derivan en desigualdades. Poco se conoce en el imaginario social acerca de las percepciones y representaciones de estos jóvenes “tribalizados”. En los discursos se los asocia al alcoholismo, drogadicción, vandalismo, violencia escolar, etc.; su voz sólo es palpable en formas de comunicación alternativa –fotolog, graffitis, estética-. El prejuicio media las relaciones. Al interior de las sociedades urbanas actuales se erigen fronteras simbólicas que demarcan diferencias y, en base a ellas, pertenencias. Nosotros y los Otros se multiplican a la par que la sociedad se fragmenta. Las agrupaciones juveniles potencian sentimientos de pertenencia a una unidad -en parte por ser un ámbito donde se comparten experiencias y rituales-, fomentan valores particulares y defienden intereses comunes. Retomando a Maffesoli, estos microgrupos comparten rasgos básicos: constituyen comunidades emocionales –fundadas en la comunión de emociones intensas-; despliegan una energía subterránea de resistencia y prácticas alternativas; involucran una sociabilidad dispersa –que rechaza la cuestión pública por el culto a lo subterráneo-; y privilegian la fisicidad de la experiencia -los espacios y momentos compartidos-.
Por Agustina Aragón: Socióloga y docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la U.N.L.P
Antiguamente se vinculaba el concepto de “tribu” con las originarias comunidades en las cuales la diferenciación entre sus miembros era mínima. La noción hacía referencia a un grupo homogéneo donde la identificación del yo con el resto era tan fuerte que se podría decir que no permitía la individualidad. La conciencia individual coincidía con la colectiva, es decir, en este tipo de socialización no existía lo que conocemos ahora como vida privada y vida pública. La cultura compartida penetraba hasta los ámbitos más íntimos.
Actualmente hemos notado el resurgimiento y el uso del término en un sentido distinto pero no totalmente extraño. Comenzamos a vincular “tribu” con el ámbito urbano, juvenil y moderno. Considero, desde el punto de vista sociológico, que corresponde con el proceso de socialización que todos los humanos enfrentamos como parte del crecimiento individual. Es una forma de los jóvenes en adolescencia de encontrar grupos de referencia, es decir, compartir ritos, palabras, comportamientos, actos y a la vez manifestar sus sensaciones de insatisfacción con el mundo adulto y rebelarse contra lo convencional. Elaboran su propia contracultura y encuentran una ruptura al aislamiento simultáneamente.
El participar en alguna tribu genera en el adolescente la sensación de contención, identidad y solidaridad: “dejar de estar solos en el mundo”. Por otro lado la homogeneidad en sus vestimentas, lugares, pensamientos, lenguajes y actitudes es parte del fortalecimiento de los lazos de pertenencia frente al debilitamiento del tejido social.
Como los antiguos clanes tratan de asemejarse lo más posible los unos a los otros y esperan que su vida privada y su vida pública dejen de ser distantes, pero ahora, a través de la exposición que les permite la red de Internet. Buscan elaborar una conciencia en común que les permita superar el retraimiento que genera la vida urbana moderna.
Los Otros cercanos
Por Gabriel Orlando Morales, Licenciado y docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la U.N.L.P
Director Ejecutivo de www.otrosenred.com.ar
En las plazas, foros de Internet, recitales, se hacen públicos los Otros cercanos: los jóvenes que adscriben a grupos minúsculos que fragmentan el universo de los adolescentes y la juventud (floggers, góticos, etc.). También puede registrárselos representados -casi siempre como “problema social”- en los medios de comunicación.
No son foráneos, pero es común que el entorno mayor los perciba distantes: con lenguaje, prácticas, valores y estilo exótico. La extrañeza los convierte casi automáticamente en “peligrosos”. Las diferencias se constituyen por y derivan en desigualdades. Poco se conoce en el imaginario social acerca de las percepciones y representaciones de estos jóvenes “tribalizados”. En los discursos se los asocia al alcoholismo, drogadicción, vandalismo, violencia escolar, etc.; su voz sólo es palpable en formas de comunicación alternativa –fotolog, graffitis, estética-. El prejuicio media las relaciones. Al interior de las sociedades urbanas actuales se erigen fronteras simbólicas que demarcan diferencias y, en base a ellas, pertenencias. Nosotros y los Otros se multiplican a la par que la sociedad se fragmenta. Las agrupaciones juveniles potencian sentimientos de pertenencia a una unidad -en parte por ser un ámbito donde se comparten experiencias y rituales-, fomentan valores particulares y defienden intereses comunes. Retomando a Maffesoli, estos microgrupos comparten rasgos básicos: constituyen comunidades emocionales –fundadas en la comunión de emociones intensas-; despliegan una energía subterránea de resistencia y prácticas alternativas; involucran una sociabilidad dispersa –que rechaza la cuestión pública por el culto a lo subterráneo-; y privilegian la fisicidad de la experiencia -los espacios y momentos compartidos-.
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